“El Porno una fantasía que nos confunde”
En la actualidad, co-existen dos formas de llevar a cabo la Educación Sexual: una programada y otra más informal o no programada.
Programada: se promueve y fomenta de forma oficial, limitándose fundamentalmente al ámbito de la reproducción, evitando el embarazo y la prevención en torno a contraer VIH e ITS, solamente sanitario.
Informal o no programada: Consiste en toda la información que llega a través de los medios de comunicación, internet, el cine, etc. Es la orientación que se recibe casi sin percibirlo, a través de lo que cuentan los/as amigos/as, lo que se enseña en casa, lo que se ve en el cine porno, etc.,
Es en este escenario donde el Porno coge protagonismo ya que es una herramienta de fácil alcance.
Si analizamos el contenido de la pornografía esta nos muestra un sexo que no es real, desde la perfección del cuerpo lo que influye en el nivel de autoestima y aceptación de cada individuo, el tamaño del pene creando mitos y una falocracia que nos lleva a la búsqueda de la perfección, definiendo estereotipos no comunes ni naturales como un modelo a conseguir.
Otra expresión más es el coitocentrismo que genera donde el acto sexual está basado en la genitalidad, con una estructura común y básica de un tipo de sexo que no representa el que puedes llevar en tu vida a diario, por elementos tan simples como la duración, la cantidad de eyaculación, los descansos y la complicidad que genera un encuentro sexual a nivel comunicativo e interaccional entre dos personas.
A veces dichas prácticas las hemos ritualizado y las repetimos como patrones pocos creativos, coartando la libertad de acciones, el juego de seducción, la comunicación con nuestras parejas sexuales y lo más importante la estimulación no genital que nos lleva a descubrir y compartir con la otra persona en un ámbito de intimidad y complicidad compartida.
Muchas de estas prácticas automatizadas implican dominio, sometimiento no consentido, humillación, violencia física y la poca asertividad sexual que conllevan, corresponden a una asertividad agresiva y/o pasiva.
Detrás del porno tenemos una realidad que muchas veces se esconde una explotación laboral y sexual, sometimiento de las actrices y actores, precariedad laboral y bajas rentas para los actores, lucrándose y enriqueciéndose solamente las productoras, falta de consentimiento y abuso de sustancias psicoactivas como vasodilatadores (caverjet, viagra), entre otras.
El abuso de la pornografía nos lleva a: alterar la percepción sobre modelos estéticos (cuerpo, roles y morfologías) a cumplir; visualizarse como protagonista de las escena para luego llevarnos a un rol de espectador en la vida real; generar autoexigencias, expectativas, preocupaciones y miedos sobre el desempeño sexual; anticipación catastrófica del futuro (no soy capaz); funcionar en el sexo con el “piloto automático” y no estar presente y con consciencia plena en el momento del disfrute; esperar “conseguir un resultado”, autovaloración constante propia y hacia las parejas sexuales; abuso de poder y sexual; disfunciones sexuales como disfunción eréctil, eyaculación precoz, anorgasmia o deseo sexual hipoactivo o inhibido; todas estas situaciones unidas al aumento de nuestros juicios internos nos llevan hacia la ansiedad, querer mantener el control y perder la capacidad de disfrutar del sexo placenteramente, cosificando a las personas y los encuentros sexuales.
Una alternativa al porno mainstream es el postporno, que nace como reivindicación del feminismo y de romper con los modelos clásicos estereotipados.
El movimiento de postporno es el proceso de devenir sujeto de aquellos cuerpos que hasta ahora solo habían podido ser objetos abyectos de la representación pornográfica: las mujeres, las minorías sexuales, los cuerpos no-blancos, los transexuales, intersexuales y transgénero, los cuerpos deformes o discapacitados. Es un proceso de empoderamiento y de reapropiación de la representación sexual. No se trata de que estos cuerpos no estuvieran representados: eran en realidad el centro de la representación pornográfica dominante, pero desde el punto de vista de la mirada masculina heterosexual. Hasta ahora solo habían servido para reafirmar la posición de dominación cultural y política del placer masculino heterosexual.